Fuente: grupoeditoresvenezolanos.com |
Es inspirador saber que Bolaño,
tras sus sin fin de labores del día, trabajando en otras cosas lejos de la
literatura, escribiera por las noches. Stephen King, mi platónico mentor,
escribía por las noches en un improvisado estudio después de dictar clases. Ni qué decir acerca del maestro Ribeyro en París. Así
que yo, después de trabajar, escribo.
Las noches se han hecho para
escribir, para crear. No puedo estar enganchado en las teclas ni mover los
dedos con la misma fluidez que por las noches. El sol me molesta, el ruido inherente
de la mañana no me concentra, por eso busco la seguridad y la paz de las
madrugadas; donde estoy yo, yo, yo y yo.
El silencio desaparece con mi tecleo,
cual fantasma de la ópera, creo sinfonías mientras tejo un texto. Ya sea una reseña, un mamotreto
de letras o intentos fallidos de una novela, ahí estoy, dándole duro a un
estilo de vida, a una forma de sentir la literatura. Saboreo una que otra
novela y voy aprendiendo cómo hilvanar ciertas ideas, sin embargo, la noche me
llama para sucumbir ante temperamentales inspiraciones.
Labor de solitarios, como la
lectura. El escribir es para quienes tienen a la nada alrededor, así como
cuando uno queda prendido de una novela, todo lo demás desaparece. Despertarte
por las noches con una idea puede ser fatal, ya que el furor desaparece al
amanecer si no se le ha aprovechado en el instante mismo.
Escribir sin pensar en otra cosa que escribir, en un zotano, puerta con llave tu y la pagina en blanco. Escribir sabiendo que el exito es una casualidad que te llega sin que lo pidas.
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