Todo lo demás, es un sueño...

Todo lo demás, es un sueño...
...sueña que es cierto

miércoles, 28 de octubre de 2015

OTROS CUENTOS: Momento incómodo





Esperar puede ser la excusa perfecta para muchas interpretaciones. Perfecta para tantas cosas. De reojo lo miro y me siento tan idiota. Él me mira, pero está ocupado con su celular. Había otro tiempo en que era yo el que esperaba, pero era a la salida del baño de mujeres, aunque de eso ya pasó mucho. Ni se acordará. 

Lo veo con una camisa rayada bastante bonita, un pantalón beige a la medida y un llavero de lo más elegante que sobresale de su bolsillo. Los zapatos brillan, son de un marrón sobrio y su reloj de eslabones plateados me hace guiños al rebotar descaradamente la luz de la estancia. 

La noche era bastante fría, el aire violento me encantaba cuando hacía ondear los bordes de mi saco blanco. Mi camisa negra no sé si será del mismo material que la suya, pero lo que sí es cierto es que no hemos dejado de vernos con un incómodo disimulo desde que esperamos. 

Se escuchan las respiraciones y es como un escándalo cada vez que inhalo y exhalo. Qué más puedo hacer ante él, de quien he escuchado tanto. El ramo de rosas está en mi regazo y siento que llevo un muerto conmigo, ensangrentado, con un puñal clavado, ya que pesa tanto aquella evidencia que produce que se formen conclusiones en una mente más perspicaz –aguda, pero perspicaz-. 

II 

Sigue ahí, con el mismo tic de su pierna. Tiembla y tiembla como si quisiera ir al baño o será porque está apurado de que salga. Su saco blanco no se ve tan mal, no está del todo mal, pero cada vez que lo veo de reojo nuestros ojos chocan como si quisiéramos ver al otro distraído, sin embargo coincidimos de manera tan infantil. 

Esas rosas que lleva no me agradan. Se está confundiendo, no sabrá en qué emplear su tiempo tal vez. Algo está haciendo mal para que éste compre esos detalles. Nada justifica esas sutilezas. No cualquiera lleva consigo esos regalos haciéndolos pasar por una tarjeta de felicitaciones. Hay una enorme diferencia entre una pulsera y una cadena. En este caso, de una flor y unas rosas. 

Si le hablo, ¿qué me dirá? A lo mejor ni siquiera sabe qué decir. Además, qué le puedo decir, ¿te gustó el acto? Me dirá que sí y después seguirá el silencio para que hable yo, después me contestará con monosílabos y seré el que deba siempre decir más de tres palabras juntas mientras se la dejo más y más fácil. 

III 

Cada vez siento esto más pesado. Me inculpa y me delata. Me deja al descubierto, desnuda intenciones que ni siquiera he pensado, además hago el ridículo con él aquí. ¿Quién iba a pensar que vería la puesta dos veces? Claramente, siendo generoso con mi propia torpeza, uno de nosotros sale sobrando aquí… 

Sigue con el celular, pero se le escapa una mirada. Se pasea por mi vestimenta. Estamos elegantes como lo ameritaría la ocasión, pero sí, uno de nosotros acaba sobrando. Me lleva como dos cabezas, sus ojos son serios, su rostro duro y bastante severo en su facciones. Evidentemente su ceño es fruncido de nacimiento; se le arruga la frente y su cabello, como una coliflor, se le arma hacia arriba y por los costados. Escucho un largo suspiro como si fuera un búfalo. No sé por qué creo que romperá el silencio con una pregunta agresiva. 

Las rosas parecen una alarma. Tal vez habrá un problema. 

IV 

Tiene cara de asado. El brother solo mira y mira. Le fascina estudiar el entorno. Noto cierta torpeza en sus rasgos, su forma de estar quieto. Es muy nervioso, pero percibo una maligna sagacidad que no me agrada. Creo que en cualquier momento soltará un grito violento como loco; lleno de frustración. No lo culparía por sentirse frustrado. 

Escuché que le gustan estas cosas, pero sus refinados gustos de los que, en puntuales situaciones me las hicieron saber como una molestísima anécdota, parecen exageradas. Es como si este pata le encantara comer canchita, ver tele, tomar chelas, nada fuera de lo normal. Tiene una cara como que no ha dormido, sin embargo está tan lúcido como para estar inquieto. 

Debe estar con algo atragantado, alguna presión que lo va hacer explotar. A lo mejor tiene ganas de generar pelea. Pero para eso se necesitan dos, no me interesa enfrascarme en algo tan innecesario. Debe saber que desde el momento en que compró eso, ya perdió totalmente. Lo sabe, solo que… 

V 

Menudo momento en que la tensión es tan sólida que me petrifica las manos. El maldito celofán es tan ruidoso como teclear a medianoche de forma compulsiva mientras en la habitación del costado duermen papá y mamá. Han pasado tres minutos y es como si fuera suficiente como para ver una maratón de “Los diez mandamientos” y “Ben Hur” con todo y comerciales. 

Controlo el tic tac y el contraste entre mi reloj y el suyo. Así que, cada vista es un vergonzoso recordatorio. ¿Por qué? Dijo en una ocasión que era una gran inspiración, admiración y todo lo positivo que termina en ción. Parece mudo, es como si en su maciza presencia, como un tótem de roca, el silencio fuera la fuente de su poder dominante. 

Si hablo, a lo mejor me mirará con ese gesto de asco que cualquiera pondría en su lugar. Yo lo pondría, creo que sí. ¿Lo pondría? Lo pondría. Menudo momento incómodo en que coincidimos para conocernos al fin. Destino gracioso el que amaña las cosas, mira dónde venimos a estar. Aquí al lado… 

VI 

Si le hablo será capaz de lanzar absurdas frases al aire. Mejor dejo que su propio bochorno termine por acabarlo. ¿Y si no? Tengo confianza, pero no me agrada tenerlo acá. Me arruina la noche. Voy a dejar el celular, ¿para qué perder el tiempo? Ya veré qué hace si cruzamos miradas sin muros ni trabas. 

A ver si me equivoco o tengo razón. Como veo las cosas, se sentirá tan comprometido a decir algo al ver mi estado de serenidad al dejar el celular en el bolsillo que tendré el entorno dominado. Estará pisando mi terreno, mi lugar. Deberá mover su ficha y cuando lo haga, no me sorprenderá. Él tendrá que soportar mis monosílabos. 

Tengo todo previsto. Ahora nada nos impide hablar. Cayó el “Muro de Berlín”. ¿Qué vas a hacer? ¿Hablarás? Pues, lo tengo previsto. Mirarás al vacío abochornado. También lo sabré. Clavarás tu vista al piso como niño castigado. Está dentro de lo planeado. ¿Qué vas a hacer? Su pierna ha dejado de moverse y su respiración hace crujir el celofán. 

VII 

Guardó el cell, a lo mejor quiere hablar. Su pétreo semblante es tan inamovible que siento curiosidad de contemplar sus gestos a ver si por los vértices y vacíos no caen hilos de polvo y tierrilla. A lo mejor quiere decir algo. Debo relajar mi semblante, ya que lo peor sería cuadrarnos por risibles razones. 

¿Por qué deberíamos contribuir a la tensión de esta estancia? La luz blanca nos abraza como un cálido embrión protector. Atmósfera mágica, minimalista salida de una película futurista de los ochenta. Abrir mis ojos, mostrarme tan calmo como cualquiera. 

Gesto de desinterés, alargar la boca como un sapo y encogerme de hombros como si le contestara a alguien delante de mí. Una tonadita suena en mi cabeza, creo escucharla como si un diablillo me la silbara, paradito en mi oreja. Giro lento mi cuello, con una ridícula sonrisa de resignación de cariz hollywoodense.

Suspiro, vuelvo a alargar los labios como sapo, asiento como si me afirmara algo, pero lento, casi imperceptible, sigo suspirando, le comparto complicidad y vuelvo a girar mi cuello hacia el frente para volver a clavar mis ojos al suelo. Me ha visto con incredulidad, casi inmutable porque sospecho que esperaba una palabra y no un gesto idiota. 

VIII 

… 

IX 

-Lo hace realmente muy bien. Es como para estar orgulloso. Hace un buen trabajo. Se esfuerza mucho. 
-Lo sé. -Siempre se está preparando. No deja de estudiar. 
-¿Qué? –Pone cara de asco- 
-Estudia mucho. Después de trabajar. 
-Claro. Ahora mismo está por terminar uno. 
Silencio, más silencio. Después, el celofán estropea el silente santuario bañado de luz blanca. 
-Ya es tarde… 
-Vamos a cenar. Ha sido un éxito y es merecido. Por eso se demora tanto. 
-Buena decisión. 
-Así estaba planeado. 

X 

-¡Chicos! 
Su sorpresa casi podía tocarse. Tomó una forma tan exagerada que se notaba monstruosa. Llevaba un maletín deportivo, una vincha, una chaqueta delicada, negra y una blusa de bordados blancos, labraditos tan delicados que hacían juego con sus zapatos del mismo color con detalles plateados. 
-No me tardé mucho ¿no? 
-No. 
Reaccioné y le di el ramo: “Esto es por tu genial actuación. Buen trabajo”. Dubitativa, lo aceptó, pero las espadas chocaban entre su sonrisa y sus pómulos. “Gracias”
-Creo que tienes planes. Pásala bien, disfruta tu gran triunfo. Gracias por el buen rato. 
-Gracias a ti por venir. Bonito saco. 
Sonreí. Le estiré la mano. Me la apretó y me sonrió con aquella pétrea expresión. No vi ningún hilo de arenilla de aquellos bloques macizos al encajar una diplomática rajadura improvisada como sonrisa. Finalmente, le di un beso en la mejilla e imprudentemente le sostuve su cuello con la palma de mi mano durante los microsegundos de la despedida. Me fui. 

XI 

-Están bonitas –dijo de repente-. 
Levanté una ceja ante lo que dijo. La miré sin mostrar gesto alguno. Percibió lo imprudente e innecesario de su comentario. Se puso un poco seria. Se plantó delante de mí con mucho histrionismo y armó su cara de aburrida. 
-¿Qué pasa? –me pregunta graciosa, pero seria- 
-¿Tenías que invitar a tu ex?

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