Todos tenemos un mundial. Puede
ser el primero, puede ser el que marcó algo en nuestra vida o, para algunos más
afortunados, cuando su país se consagró campeón del mundo. Nosotros, después de
36 años, recordaremos este mundial como el más importante, no porque resignemos
la idea de volver al certamen cada cuatro años, sino lo que significó para más
de dos generaciones que nunca vieron a la blanquiroja en esta justa.
En nuestras memorias quedarán las
primeras impresiones, los partidos inolvidables, las polémicas que pasaron a
engrosar los registros históricos, los récords, los jugadores, etc. Este será,
en lo personal, mi cuarto mundial, pero será el mejor porque podré ver a la
selección peruana compitiendo, cantando el himno y espero que anotando goles.
Pero sin contar con este
extraordinario factor, ¿cuál es el mundial que más recordamos? Aquel que estará
enquistado en nuestra mente sin importar los años ni las ediciones. Por
ejemplo, mi hermano, nueve años mayor que yo, tiene en su corazón el primer
mundial que vio, el de Italia 90’; con Maradona y Caniggia como figuras en
Argentina y una Alemania que impuso el mejor juego de aquel certamen, jamás lo
olvidará.
Hace doce años y si me acuerdo
No puedo evitar, en estos tiempos
de fiebre mundialista, recordar mi primer mundial, aquel celebrado en Alemania
en 2006. Sin duda la explosión más genuina de ilusión y adrenalina que alguien
pueda experimentar. La fiesta, el color, el brillo en los ojos de los hinchas,
los disfraces, las locuras y, sin importar el resultado, las lágrimas o las
frustraciones, siempre hay fanáticos sonriendo.
Inauguración del mundial Alemania 2006. Fuente: Nexpanama.com |
El primer partido que vi fue el
de la fase de grupos, en aquel año estaba en cuarto de secundaria, así que
podía ver algunos de los encuentros por la mañana antes de ir a clases. Los
cuadros de Australia y Japón se enfrentaron aquel lunes 12 de junio. Me
desperté temprano, era a eso de las siete si es que no recuerdo mal. Aún en
cama y tapado, con un ojo abierto y el otro cerrado, vi el partido.
El gran entrenador holandés Guus
Hiddink dirigía a los ‘canguros’, mientras que por el lado nipón, el ex astro
brasileño Ziko hacía lo propio en el banquillo. Hubiera sido una experiencia
común de no ser por los condimentos de aquel juego tan especial que me abrió
las puertas a las maravillas del fútbol.
Canguros
Japón comenzó ganando. Eso sería
normal, un equipo gana y el otro pierde. Pero la reacción australiana que
arrinconó a los japoneses y el gol del empate, que fue faltando diez minutos
para terminar el partido, trajo la euforia de una infatigable afición y de la
celebración de su autor yendo al córner y haciendo la finta de boxear con el
banderín.
Minutos después, otro gol. Los
hinchas, cargando canguros inflables o de peluche, mostraron la cara más
colorida del fútbol, aquella que refleja el verdadero espíritu de este deporte:
fiesta y alegría. Me emocioné mucho, pero más cuando encajaron otro tanto en
los minutos de compensación y experimenté la montaña rusa de sentimientos que
un evento así puede generar en una persona.
Una pequeña perla, para un collar
completo de joyería fina que resultó ser el mundial de Alemania 2006. La
goleada de Argentina a Serbia, las atajadas de Lehmann ante los albicelestes,
la Portugal revelación de un jovencísimo Ronaldo quien estaba aún a la sombra
de un ya veterano Luis Figo, el agónico gol de Henry ante Brasil y el cabezazo
de Zidane a Materazzi en la final de la copa que se tuvo que decidir en una
dramática tanda de penales.
¿Cómo olvidar aquella copa? Su
canción que ni un bledo de poder pronunciar ni entender pero que en clase, con
mi amigo la intentábamos cantar y nos miraban como orates. Claro, después
vendría Sudáfrica 2010, el primer mundial realizado en África y donde España
rompería la nefasta racha de selecciones europeos incapaces de ganar la copa
fuera de su continente. Brasil 2014, el de más goles anotados (171), el
tetracampeonato de Alemania, el ‘mineirazo’ de Brasil, la revelación Costa
Rica, pero eso son otros recuerdos.
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