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A veces regresar es mucho mejor.
El corazón palpitando muy fuerte y con ese pesar tan tóxico enmoheciéndolo no
me deja volver con el mismo ánimo que siempre. Ver la ventana y que todos
caminen, corran, pasen, manejen, es como si hubiera una indolencia tremenda.
Aterradora.
Pero una llamada, una voz, un
mensaje, es todo lo que necesito para regresar y estar mucho mejor. Una
sonrisa, el buen ánimo y un texto levantan un optimismo derrumbado por aquella
indolencia que se ve correr y correr, como si nada pasara. Es verdad, la vida
continúa, porque el mundo no deja de girar, moverse, los autos transitar, la
gente hablar; gritar, trabajar, comer, descansar, volver…
Un plato de sopa, una tostada, un
vaso de agua es lo más recargante que pueda existir. Un abrazo, una sonrisa y
un poco de agua fría para lavar hacen maravillas. La comodidad de un lugar
especial se vuelve más cálida cuando hay alguien cerca y también alguien que,
aunque lejos, está ahí.
Un “buenos días”, “que duermas
bien” o “¿cómo dormiste?” nos revitalizan hasta las nubes y aunque seamos muy
inconformes (¿qué ser humano no lo es?) esto es lo mejor que puede existir
sobre la tierra la cual, es un infierno, pero que por efímeros instantes, puede
ser el paraíso.
A veces regresar es mucho mejor. Sí.
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