Todo lo demás, es un sueño...

Todo lo demás, es un sueño...
...sueña que es cierto

miércoles, 27 de enero de 2016

OTRA CRÓNICA: Cúmulo de contradicciones

Todavía no llegaba. El sol reventaba la vitrina, por lo cual debimos bajar la cortina y evitar que se estropee la mercadería. Era casi la hora y, como si fuera un viento atroz que abre las puertas de las casas como se ve en las películas de huracanes, entra Fiorella, agitada, con el cabello suelto, bastante revuelto y su sonrisa con pizcas de culpabilidad.

-Ya llegué. Tuve que venir corriendo…

-Cuando no, Fiorellita haciendo ejercicio, no como otros que vienen caminando…

-Qué hablas, no –y luego se ríe tanto que se pone roja-.

Con paso rápido, deja sus cosas y se prepara para comenzar con sus labores del día. Su cabello, ya no tan alborotado, es poco más que esponjoso, su atuendo es bastante urbano y cómodo, su calzado (me dijo una vez que no eran zapatillas), sin pasadores, tiene un cierre al costado.

Comienza a arreglar su zona, la tarde se ve tranquila, será que el sol espanta a cualquiera y solo los lugares donde venden helados podrían estar más llenos. Si no se cuentan a los que entran para refrescarse con el aire acondicionado desde los primeros metros de la entrada, entonces el movimiento sería nulo.

De pie, ante la mesa de novedades; revisaba y hojeaba, movía y ordenaba, se rascaba la cabeza y se acomodaba los anteojos. Iba con las manos llenas y al verme, ella ofreció a ayudarme, así que nos repartimos el trabajo igual por igual, hasta que se acordó que su zona seguía revuelta.

Se amarró el cabello. Al verlo le dije que se lo deje suelto. Hizo una mueca con la boca, bajó la mirada y soltó un débil “mmm” y dijo: “Me dijeron que me lo debo amarrar”. No insistí, así que me dejé de tonterías y continué con mi trabajo antes que mi jefe me lo recordara.

Me subí en la escalera y retomé el ordenamiento. Entraron un par de curiosos que no hicieron caso al resto de mis compañeros. Como les estaba dando la espalda y había suficiente ayuda, seguía tranquilo ocupándome de lo mío.

Fuente: 4.bp.blogspot.com
Aunque no faltaba uno que otro caso en que, sin importar la ayuda que le ofrecieran mis compañeros, los clientes se paraban justo donde estaba para luego preguntarme cosas.

Eso me hace recordar cuando un domingo, un muchacho con su mamá estaban a mi costado y escuché cuando ella le decía: “Pero pregúntale al joven…” Aquel, un poco retraído, introvertido y casi inexpresivo, optó por darse toda la vuelta y hacerle la consulta a Fiorella. A ella.

Cuando terminé de atender a las personas, le recordé la anécdota entre risas. Ella, ruborizada y sonriendo mientras movía la cabeza, me culpó de exagerar y solo dijo: “Estás picón porque no llevó nada de King”, concluyó riéndose.

-El chibolo sabía lo que quería, eso queda bien claro.

-¡Qué hablas!, nada que ver –mueve la cabeza otra vez y no deja de enrojecer sus mejillas-.

Después de la pintoresca situación, la tarde echa su velo de tenue color para dar paso a lo que sería una noche con cielo vivo, brisa un tanto escasa y cálida atmósfera abrazadora. Más flojo el cierre de la jornada y con Fiorella conversamos solo un rato.

-Cuando viaje a Estados Unidos me compraré la segunda parte de este libro.

Me ensaña, lo ojeo. No sé qué tanto lo miro si no entiendo nadita, pero igual paso sus hojas. El ejemplar es bonito; de bolsillo, gordito, letra grande, hojas de olor agradable, hasta podría llevarlo dentro de un bolsillo sin darme cuenta.

-Está simpático. Se ve que es un libro chévere.

-Sí, me gusta mucho. Muero por terminarlo.

-Me ha dado de leer uno de los de allá atrás…

-¿A sí? Pensé que esos libros no te gustaban…

-Una vez Ricardo me dijo: “El ser humano es un cúmulo de contradicciones”.

-Oye, qué buena frase.

Fuente: flickr.com (Felipe Ortiz) 
Queda como suspendida. Pensativa, gesto serio. Sus lentes enmarcan una expresión casi pueril, lo que me recuerda que aún no cumple los veinte. No sé por qué a veces creo que tiene menos edad. Se ríe, sonríe y habla con decisión, pero la veo con menos edad. Con esa frescura, ese optimismo, esa fuerza y energía que algunos perdemos (o ya perdimos).

Al despedirnos con un beso en la mejilla, su cabello esponjoso y suelto la hace más bonita, pero la sigo viendo como con menos edad. “Chau, me has hecho pensar con esa frase”, me dice antes de quedarse en el paradero.

Ahí se queda, esperando. Pensando como me había dicho. Ahí la dejo, con aquella cabecita llena planes, un viaje, pensamientos y años que están por venir para redondear su carácter, que todavía intacto, no se ha manchado con el puñalero modus operandi del “mundo real”.

Mañana será otro día y volverá a venir corriendo, con su cabello revuelto. 

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