Todavía no llegaba. El sol
reventaba la vitrina, por lo cual debimos bajar la cortina y evitar que se
estropee la mercadería. Era casi la hora y, como si fuera un viento atroz que
abre las puertas de las casas como se ve en las películas de huracanes, entra
Fiorella, agitada, con el cabello suelto, bastante revuelto y su sonrisa con
pizcas de culpabilidad.
-Ya llegué. Tuve que venir
corriendo…
-Cuando no, Fiorellita haciendo
ejercicio, no como otros que vienen caminando…
-Qué hablas, no –y luego se ríe
tanto que se pone roja-.
Con paso rápido, deja sus cosas y
se prepara para comenzar con sus labores del día. Su cabello, ya no tan
alborotado, es poco más que esponjoso, su atuendo es bastante urbano y cómodo,
su calzado (me dijo una vez que no eran zapatillas), sin pasadores, tiene un
cierre al costado.
Comienza a arreglar su zona, la
tarde se ve tranquila, será que el sol espanta a cualquiera y solo los lugares
donde venden helados podrían estar más llenos. Si no se cuentan a los que
entran para refrescarse con el aire acondicionado desde los primeros metros de
la entrada, entonces el movimiento sería nulo.
De pie, ante la mesa de novedades;
revisaba y hojeaba, movía y ordenaba, se rascaba la cabeza y se acomodaba los
anteojos. Iba con las manos llenas y al verme, ella ofreció a ayudarme, así que
nos repartimos el trabajo igual por igual, hasta que se acordó que su zona
seguía revuelta.
Se amarró el cabello. Al verlo le
dije que se lo deje suelto. Hizo una mueca con la boca, bajó la mirada y soltó
un débil “mmm” y dijo: “Me dijeron
que me lo debo amarrar”. No insistí, así que me dejé de tonterías y continué
con mi trabajo antes que mi jefe me lo recordara.
Me subí en la escalera y retomé
el ordenamiento. Entraron un par de curiosos que no hicieron caso al resto de
mis compañeros. Como les estaba dando la espalda y había suficiente ayuda,
seguía tranquilo ocupándome de lo mío.
Fuente: 4.bp.blogspot.com |
Aunque no faltaba uno que otro
caso en que, sin importar la ayuda que le ofrecieran mis compañeros, los
clientes se paraban justo donde estaba para luego preguntarme cosas.
Eso me hace recordar cuando un
domingo, un muchacho con su mamá estaban a mi costado y escuché cuando ella le decía:
“Pero pregúntale al joven…” Aquel, un poco retraído, introvertido y casi
inexpresivo, optó por darse toda la vuelta y hacerle la consulta a Fiorella. A
ella.
Cuando terminé de atender a las
personas, le recordé la anécdota entre risas. Ella, ruborizada y sonriendo mientras
movía la cabeza, me culpó de exagerar y solo dijo: “Estás picón porque no llevó
nada de King”, concluyó riéndose.
-El chibolo sabía lo que quería,
eso queda bien claro.
-¡Qué hablas!, nada que ver –mueve
la cabeza otra vez y no deja de enrojecer sus mejillas-.
Después de la pintoresca
situación, la tarde echa su velo de tenue color para dar paso a lo que sería
una noche con cielo vivo, brisa un tanto escasa y cálida atmósfera abrazadora.
Más flojo el cierre de la jornada y con Fiorella conversamos solo un rato.
-Cuando viaje a Estados Unidos me
compraré la segunda parte de este libro.
Me ensaña, lo ojeo. No sé qué
tanto lo miro si no entiendo nadita, pero igual paso sus hojas. El ejemplar es
bonito; de bolsillo, gordito, letra grande, hojas de olor agradable, hasta
podría llevarlo dentro de un bolsillo sin darme cuenta.
-Está simpático. Se ve que es un
libro chévere.
-Sí, me gusta mucho. Muero por
terminarlo.
-Me ha dado de leer uno de los de
allá atrás…
-¿A sí? Pensé que esos libros no
te gustaban…
-Una vez Ricardo me dijo: “El ser
humano es un cúmulo de contradicciones”.
-Oye, qué buena frase.
Fuente: flickr.com (Felipe Ortiz) |
Queda como suspendida. Pensativa,
gesto serio. Sus lentes enmarcan una expresión casi pueril, lo que me recuerda
que aún no cumple los veinte. No sé por qué a veces creo que tiene menos edad.
Se ríe, sonríe y habla con decisión, pero la veo con menos edad. Con esa
frescura, ese optimismo, esa fuerza y energía que algunos perdemos (o ya
perdimos).
Al despedirnos con un beso en la
mejilla, su cabello esponjoso y suelto la hace más bonita, pero la sigo viendo
como con menos edad. “Chau, me has hecho pensar con esa frase”, me dice antes
de quedarse en el paradero.
Ahí se queda, esperando. Pensando
como me había dicho. Ahí la dejo, con aquella cabecita llena planes, un viaje,
pensamientos y años que están por venir para redondear su carácter, que todavía
intacto, no se ha manchado con el puñalero modus operandi del “mundo real”.
Mañana será otro día y volverá a
venir corriendo, con su cabello revuelto.
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