Un encuentro casi poético para mi carrera, como
poesía misma, que es indispensable aunque no se sabe para qué diablos sirve. Dicha
frase, en una entrevista con Milagros Leiva, citó Fernando Ampuero sumergido en
esa risa gruesa y resonante. Con el encanto de un viejo marino, que da la impresión
que en algún momento se va a inclinar, cerrar un ojo, abrir otro y con una
sonrisa alargada como con gancho de carnicería, te coquetearía sentenciando,
con su tic al terminar de hablar, con su vibrante, seco y humorístico “¡Ah!”.
Con un nombre que remece los oídos de periodistas
y en el círculo literario de nuestro país congrega a muchos colegas y artistas
de las letras. La fascinante mente de Fernando ha iluminado los relatos y
cuentos más interesantes desde la penumbra para que el mundo los vea, los lea y
sepa de su existencia.
Con esa sonrisa confiable, sabe perfectamente
como imponer su posición de hombre duro y enorme, pero en microsegundos, se convierte
en un niño encandilado por la literatura y el sabroso gusto de saborear libros,
páginas y páginas de diversión nacional e internacional. Y no lo oculta, ya que
se pone la banda de hincha ‘Ribeyriano’, con su corazoncito ‘Hemingayano’ con
tendencia ‘Capotezca’ pero con la convicción ‘Borgista’.
Y su inclinación, como lo dice, es de cuentos. “Soy
básicamente un cuentista”, eso escuche por primera vez, creo que muy tarde, en
una entrevista con Beto Ortiz donde presentó su libro donde compilaba sus
cuentos y relatos, titulado: “Antología Personal”. Allí paso a descubrir a
aquel gran hombre en edad ‘venerable’, como lo dijo en otra entrevista, que a
pesar de su porte imponente, sabía convertirse en niño grande, jovial y que
usaba el arma más dulce, placentera y sublime como lo son las letras.
Su historia, la de su sentencia clínica hacia los
brazos de la muerte en pocos meses lo llevó, junto conmigo, a un viaje de
placer para disfrutar de lo restante de la vida, y yo del redescubrimiento del
placer a escribir, hasta que se comenzó a percatar que estaba de todo, menos
moribundo y que dejó de lado su futuro suicidio para retomar con el andar de la
vida, aquella tan larga y fugaz a la vez, que así como los instantes, se
ilumina y se puede apagar cuando menos lo pensamos. Es como esa historia, real
y no ficticia de su vida, me hizo poner los cinco sentidos en ese hombre con
aspecto de marino bonachón que te sentenciaba con un "¡Ah!" al terminar una
frase, como dándote pie a responder.
En julio compré la Antología Personal y sin duda
es un talento en manifiesto, un amor a las letras que sabía inculcar en mi
corazón, cabeza y dedos deseosos de teclear. Y en octubre, un 31, por la noche,
en Miraflores, donde se daba a acabo una Feria del Libro, tuve el placer de ir
a la presentación de “Un Viaje de Ida”. Una noche en que vería al autor en acción,
a escasos metros de mí y posteriormente a centímetros, donde su resonante voz
podría hacer vibrar mi pecho y que sea más verídica que la de los parlantes de
la computadora donde había visto otras entrevistas como la que le hace Marco
Aurelio o la misma Leiva.
Presentó su libro en compañía de Patricia del
Río, que lo describía como jefe y periodista. Él, aun mudo, escuchaba y
sonreía, con aquella barba que delineaba y hacía más auténtica su sonrisa hasta
que tomó la palabra. Para qué, muy carismático hombre del otro lado del
escenario donde compartía pequeñas bromas y daba adelantos de qué se trataba su
obra, sus pequeños relatos y de cómo la vida es un viaje de ida, ya que no hay
vuelta a atrás. Así de sencillo, así de simple. Así de irremediablemente triste.
Escuchaba cómo es que el prolífico escritor decidió serlo,
cómo es que nació su amor a la lectura y fue cuando mi corazón saltaba de
entusiasmo y de gran motivación de reafirmar aquel gusto o mejor dicho, vocación
que se afianzaba en mí con mayor solidez. Sin duda que aprendí que es un oficio
con beneficio y el que sale ganando es el autor y el lector. El placer de ser
creador no tiene precio y, a la vez, somos lectores de igual manera que gozamos
y nos deleitamos de saborear un exquisito libro en la mañana, tarde, noche o
madrugada inquieta, nada como el delicioso papel letrado que contiene historias
inmortales.
Ahora que terminaba su presentación, quedaba
acercarme al marino enorme de bonachón aspecto para que firme la Antología
Personal, ya que no pensaba, por el momento comprar Viaje de Ida. Estar frente
a él, cara a cara y confirmar cosas, si es tan bonachón como se ve o tan
cascarrabias como le permita su ‘venerable edad’. Enorme mano que estrechó la
mía y con encandilados ojos, le dije “Un gusto señor Ampuero”. ¿Me firma su
libro? Aún no compro el Viaje de Ida, pero muy pronto. “¡Ah qué bueno!, a ver”.
Eso dibujó en mí una sonrisa de tranquilidad que motivó a que le confiara algo
simpático que tenía que ver con su libro. “Ya hubiera querido que en mi vida
existiera una ‘zurda’”. Eso lo hizo chasquear con una sonora risa. Me miró por
un segundo y me preguntó el nombre. Me retiré a un lado del salón con mi trofeo
firmado y con las emociones al tope porque estaba más que empilado por volver a
casa y escribir como loco. Y como loco se volvieron mis ímpetus, ya que saqué
lo que tenía de la billetera y compré El Viaje de Ida. ¿Tendría otra
oportunidad de tener a Fernando Ampuero a escasos metros y disponible a
firmarme mis libros como ahora? Eso pensé.
Volví a él y grande su sorpresa al verme otra
vez, frente suyo, menudencia pequeña de hombre y con libro nuevo, deseoso de
que se lo firmara. “Cómo no”, me dijo con su firme voz, que no era nada ‘venerable’
como su edad, sino potente. Fue cuando levantó una ceja, de hecho que mi energía
no era de cualquiera, o por lo menos con un poco de vanidad conjeturo esto, y me
dijo: “¿Es usted un escritor?” Con mi camisa a rayas, corbata color vino y mi
terno azúl noche, daba la impresión de un hombre de letras, cosa por la que
lucho cada día de mi vida.
Aún no señor, pero quiero serlo algún día como
usted. Hizo una mueca positiva, volvió a verme y dijo mi nombre para confirmar
que era aquel que debía escribir para la firma. Ello me hizo elevarme más de la
tierra y con gusto, mi ego habrá
despegado dos o tres metros de donde estaba de pie. No sé si era porque, en
algún momento tendría una anécdota de un retazo de hombre que con entusiasmo
quería ser un escritor y lo estuvo jodiendo firmando sus libros o por los tres
vasos de trago corto que me había bebido.
Esa noche no solo vi al escritor que había
convertido en un referente, escuché y hablé con él. Sin duda tal cual como se pinta en las entrevistas, ni más ni menos,
era simplemente Ampuero, hombre de cuentos, letras y literatura que presentaba
un libro más para compartirlo a la sociedad y que lo lea quien quiera leerlo.
Aquel hombre con aspecto de marinero bonachón y de “¡Ah!” resonante que no
podía evitar se convierta en su sello de charla y conferencia. Sin duda, visto,
escuchado, hablado y leído, no olvido el día en que conocí a Fernando Ampuero.
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