Después de muchos meses, cayendo la noche, se percató de la luna. Redonda, en su esplendor. Se estremeció, porque una catarata inmisericorde de recuerdos lo atribularon. Se sentó, no importaba el ensordecedor coro de claxon y lo improvisado del lugar donde estaba para descansar. Pero lo cierto era que se había dejado caer.
Su aterradora perfección y fascinante brillante forma lo invadió de pies a cabeza. Y recordó que solía ver la luna, no hace mucho tiempo, acompañado y con un mejor semblante de el que tenía en aquel momento. Se tomó la cara y sonó una música en su cabeza. La que se acostumbró a escuchar.
Caminó, pero siempre pendiente del resplandor del satélite lejano, el que le traía tantos buenos recuerdos y a la vez, aterradoras revelaciones que, parecía haberlas olvidado mientras veía la luna. Sintió, como hace meses, el helado aire que laceraba sus mejillas y que le petrificó el corazón. No pudo evitar volver a recordar, había olvidado no recordar más todo eso.
Rompió su promesa y se castigó todo el camino recorriendo los mismos lugares donde hubo tiempos felices, o mejor dicho, eran buenos en mejores tiempos. Sentado, en una desolada banca, bajo la luz de aquella luna tan lejana, vio cómo aparecía su silueta junto con otra y cómo le pedía cerrar los ojos para besar su frente. Sonrió, pero no estaba listo para eso, así que se desesperó por volver, pero era demasiado tarde, ya nada volvería.
Lanzó con rabia e impotencia la caja vacía de cigarrillos. Se tomó la cabeza y respiró hondo. Dentro del carro sintió la soledad aún más pesada que cuando caminaba por la larga y desordenada avenida. Antes, el caos era distinto, las cosas eran vistas a través de cristales más risueños. ¿Hasta cuándo iba a seguir con esto? Ni él lo sabía, por lo que su corazón apabulló el pecho con magistrales retumbos.
Camino a la estancia, caminó por el parque, lo que significaba prolongar más su llegada. Caminó y sintió que bajo ese mismo cielo, meses atrás (¡otra vez carajo!) se traducía en una sonrisa que, hasta ese momento, no volvía a lucir a pesar que lo intentaba con esfuerzo. Sin duda le pesó en su corazón la desaparición de lo que eran mejores momentos, mejores tiempos, aquellos que los veía tan lejanos como el continente paralelo.
Tomó sus llaves, pero no quiso abrir la puerta, porque sabía que no lo soportaría. Pero al final, sería inevitable. Sintió su aroma a lo lejos, pero era solo una aparición sensitiva que su cerebro había creado con notable habilidad. Eso lo entristeció. No pudo más, se quebró. Lloró y se reprochó por ‘N’ cosas, ya antes lo había hecho.
Las risas del pasado jamás volverán, pero podrán recordarse. Sin duda que no era un consuelo para él en aquel momento, por lo que se hundió más en los recuerdos y en sus jodidos tiempos felices donde nunca se sintió solo, pero que ahora, lo estaba. Así que, decidió tomar un baño.
No salió, ya que acostumbraba salir temprano y regresar tarde. Hace meses que no traía a la jovencita alegre y tan llena de vida. A cada momento hablaba de ella, pero un día no lo hizo. Y cuando se le preguntó, no quiso hablar. Se optó por no mencionarla, lo cual parecía sensato.
Ya no sonreía como antes, es decir, sí lo hacía, pero le faltaba aquel resplandor. Se sabe la razón, pero no se atreven a decirle porque no quiere hablar del asunto. Muchas veces llegó ebrio, en taxi. A veces se le escuchaban sollozos contenidos o enmudecidos. Pero se demoró en salir. No se escuchaba ruido, por lo que preocupaba la silente atmósfera. ¿Qué pasa?
Castigando la puerta, estremeciendo el umbral y sin ninguna respuesta. Anoche él llegó, así que no se podría creer que no estaba. Entonces, ¿por qué no abre la puerta? Se gritó su nombre, pero no hubo respuesta. Fue cuando se rompió la chapa, se entró con incertidumbre y un poco de sospechas. Las risas del pasado jamás volverán, pero podrán recordarse. Teñida de rojo el agua de la bañera y con el brazo colgando, dormía.
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