Todo lo demás, es un sueño...

Todo lo demás, es un sueño...
...sueña que es cierto

viernes, 19 de abril de 2013

RAICES



Sacó dos cigarrillos del bolsillo interno de su saco negro. Uno para él, otro para ella. Es cierto, a su lado no había nadie, de ello ya había pasado mucho tiempo. Por un momento se quedó quieto, entre bullicio, alcohol y  aromas diversos de bohemia. Sus lentes oscuros disimulaban mejor sus pensamientos que el propio silencio de sus confesiones a las botellas que miraban el vacío de su rostro. Sumado a la desolación de sus recuerdos, estaba asomando escondidamente una sonrisa, pero opacada por las atribulaciones.
Olió como si fuera su último acto el cigarrillo que tenía entre sus dedos. Aún quedaba otro, pero aquel tenía dueña, a pesar que no sabía dónde michi esté. Llamó al mesero, con singular tonito y complicidad silenciosa, le dijo que le traiga un seco, él asintió y lo despidió como Óscar. El mesero levantó una ceja y él sonrió de par en par con la cabeza alzada como un gato cuando huele el pescado.
Miró por la ventana y observó la desolada avenida que se mezclaba con el frío congelante de la temporada invernal. Sonrió otra vez y recordó más cosas. Llegó Óscar con la botella, entornilló el saca corchos y con rápida maestría sacó el corcho y dicho sonido lo sumergió en otros tiempos. Tiempos más felices.
Gracias Óscar, fue lo que hizo que frunciera el ceño el recién bautizado mesero. Ello motivó que saque del bolsillo un billete que, si quisiera, el mesero se pondría en cuatro patas. Entonces, Óscar se fue y lo dejó con la copa y la botella del seco y su aroma penetrante. Llenó la copa y sintiendo su esencia, se dejó llevar.
Aquella avenida, la de afuera, caminó tantas veces al lado de la ausente en aquella mesa, la dueña del cigarrillo. Su sonrisa tembló hasta hacerse curva. Ahora los lentes ocultaban más que sus simples ojos llenos de artimañas. Sus ojos se llenaron, también, de nostalgia. Bebió y volvió a dicho asiento, bajo la luz amarilla.
Le tomó de la mejilla, estaba llorando y no quiso verla triste. Jamás volvería a verla llorar, ya que en ese instante le había arrancado una sonrisa. Sus ojos se cerraron y encontraron los labios de ella porque el calor del lugar y la luz amarilla eran tan fríos como los golpes que da la vida y los idilios incomprensibles del maldito asar.
Abrió los ojos y volvió a sorber un poco de la copa brillante que lo estremeció hasta el tuétano. Su borrachera de fin de semana lo hizo perder los estribos, pero encontró en las palabras de aliento y cariño, el mejor tranquilizante para sus culpas y remordimientos de ebriedad. Ya en una ocasión lloró en su pecho, ahora, le tocaba a él, encontrar un refugio.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas y no quiso seguir con la copa, sino, empezar con el cigarrillo. Lo prendió, lo saboreó y era como salir del cine, cuando le propuso hacerlo, aunque con duda, porque no fumaba. En efecto, lo hizo tan mal como en aquella primera pitada. Se asustó. Pero luego sintió el coqueteo del humo saliendo de su boca.
Miraba al cielo. Saludó a la luna y dejó atrás la botella y unos billetes para Óscar. Caminó por aquel recorrido que ya se sabía de memoria y supo hacerlo millones de veces en compañía de ella, la dueña del otro cigarrillo. Se sentó, cruzando la embajada venezolana. Allí, donde charlaron en una accidental ocasión lo hizo sonreír, hasta que una lágrima insinuó recorrer su mejilla. ¡La mierda!
Iba a botar la colilla y fue cuando otro detalle lo detuvo. Tomó con cuidado la colilla del cigarrillo y lo fue abriendo, dándole vuelta lo desenvolvió hasta dejar al desnudo el filtro. Abrió el filtro y sacó de allí la bolita verde de mentol. Te enseñaré un secreto, mira, ahora muérdelo y cuando te diga lo escupes. Muy bien, entonces, antes de derramar otra lágrima, tomó la bolita y la mordió. Se soltó el sabor a mentol y fue, como en aquella noche. Como cuando eran tiempos más felices.

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