Dicen y dan fe
que los escritores y esclavos de las letras vivían una rutina bohemia y entre
embriagante elixir y humeantes cortinas de inspiración. Aquella noche me sentí
así, solo me faltaban los ‘puchos’ y un par de volúmenes ya escritos y
publicados. Con el impecable saco, la camisa planchada y la corbata con nudo
flojo, iba sorteando mis pasos por las calles de Larco como si estuviera en la
cuerda floja, debido a los tragos del brindis, después de la presentación del
‘Viaje de ida’ de Fernando Ampuero. Excitado por el furor de las historias, la
inspiración que llenaba mi mente, las firmas de los títulos que había comprado,
hicieron que salga satisfecho y tambaleante por Miraflores… un momento, esto ya
lo conté. ¡Debo seguir borracho!
II
Con la alegoría,
jolgorio y paz intelectual, estaba deseoso por devorar algunas páginas de mi
nueva adquisición y recargar baterías para retomar mi propio proyecto de una
vez por todas. El carro me devolvió a 28 de Julio, donde los demás estaban en
planes de celebración, nada que ver con las Fiestas Patrias, sino, por el día
de la Canción Criolla, ¿o Halloween?, ¿feriado largo quizá?, no sé qué sería
pero celebraron con ron. Sumado al relajo, con facha de escritor frustrado, no
me despegué del formal ‘glamour’ que un traje te brinda, pero era tan rústica
la ocasión como para sentarme en el pasto, que no lo dudé dos veces. Mi
estentórea y escandalosa risa delató mi estado de improvisada embriaguez, pero
estaba completamente lúcido como para saber, al menos, que ron no bebo, pero no
como para medir mis niveles de extrema exaltación.
III
Muy pronto, las
risas de los otros se volvieron como la mía, mientras que el efecto de recién
bajado de una silla voladora estaba cesando y mis palabras se volvían menos
resonantes hasta quedar en el completo silencio. Los rostros de algunos eran
distintos, los ojos más abiertos y las sonrisas eran marca registrada por
obligación. Se podría decir que el escritor bohemio en el que me había
convertido, ya se había echado a dormir. Mientras que yo, estaba completamente
despierto y casi acariciando la total lucidez y sobriedad de mi parco
comportamiento en las reuniones que se congregan alrededor del ron. Pero uno que otro humo inofensivo, me daba el
relajo y la licencia que se le otorga a quien ha bebido, eso no lo voy a negar.
IV
Se había estado
sintiendo mal. Simplemente cayó en el pozo del repetitivo fracaso, si es que
cabe calificarlo así. Quizá por eso bebí lo que bebí en ese momento yo también. Las firmas de aquella noche, la presentación del libro y las fotos con el autor, y qué decir de los tragos, eran mis refugios para el pesar y los fatigantes dolores. Pero a pesar de todo,
su sonrisa alcoholizada hacia juego con sus ojos cada vez más grandes, sus
chapas rojas y el humo, cual locomotora, que dejaba escapar a la velocidad de
su boca con singular desdén y despreocupación. Acordamos irnos juntos, ya era
muy tarde. Su estado de voluble júbilo delataba su desesperante intento por
olvidar. Quería olvidar.
V
Fue el momento.
El reloj marcaba casi la una de la mañana y con improvisado reflejo, detuvo un
taxi. Vencida por el alivio de la comodidad y silencio del asiento, quiso
dormitar disimuladamente sobre mi pecho que aún lucía la camisa a rayas, la
corbata ‘vino tinto’ floja y el impecable saco que se impregnó del humo del
cigarro y el aroma de la crema para peinar. Con su mano sobre mi vientre, su
mejilla contra mi pecho y mi brazo alrededor de su cuello, mi mano sobre su
enrulado cabello, se reconfortó como si fuera una almohada. Mientras mi mano
jugueteaba con sus irreverentes ‘rulos definidos’, le iba diciendo entre risas,
que una vez escribí una escena similar y que me sentía cómodo por su compañía.
Ella asentaba a duras penas y compartía lo mismo. El desvarío de sus
afirmaciones monosílabas parecía una agonía tan silente como débil. Segundos
después, no pudo más. No pudo controlarse y por influencia de lo bebido y los
recuerdos, ella lloró.
VI
Con su aliento
escapándose, al igual que las inmisericordes lágrimas, mi otra mano hizo de
improvisado pañuelo, que se iba bañando de las cálidas gotas que brotaban de
sus fatigados ojos. Su respiración se volvió torpe, accidentada, como con
temblores rítmicos irregulares, su cálido aliento quemaba mi pecho, y el olor a
crema para peinar y cigarrillo iba impregnando mi camisa y mi olfato se fue
adaptando a la melancólica y singular mezcla. Su sollozo era tal que pensé que
perforaría mi corazón, contagiaría mis ojos y trituraría mis oídos. Mientras
mis dedos, como pañuelos, iban recibiendo sus lágrimas, las iba secando,
infructuosamente, y acariciando su candente mejilla bañada de agua del corazón
dolido. Mi rostro descansó en el consuelo y ternura, entre sus rizos que fueron
como una nube del paraíso y sosiego. Mi mano, acariciándole la cabeza mientras
que la restante, fraternalmente esa mejilla indefensa. No paraba de llorar.
VII
Mi pecho se
humedeció levemente por las lágrimas, la solapa se impregnó del olor de ceniza
húmeda y crema para peinar. Los ojos se hundieron en la oscuridad de su
cabellera esponjosa y perfumada como si estuviera en un sueño, pero con el
fatigante y revelador sollozar cargado de dolor y frustración. Como si fuera
mimetización en una aura contradictoria, ello se convirtió en un cuadro
enternecedor, pero las lágrimas, siempre las lágrimas… humedeciendo el cuadro,
como lluvia violenta azotando el fresco óleo. Y el abrazo, que era como abrazar
el corazón mismo. Y la respiración que quemaba mi pecho, humedeciendo la camisa
con lágrimas cual catarata, que no dejaban de caer con violencia. El
inconfundible aroma a crema para peinar y húmeda ceniza se impregnó en la mente
y se retuvo en mis pulmones en pos de fumarlo. Acariciando su mejilla como si
fuera la última vez, viendo sus tristes ojos que temían el ver la luz, una voz
ronca quebró el espasmo con un inesperado “¿por dónde doblo ahora?”…
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